(Para llegar a ti
hasta el vértice mismo del delirio
hasta no ser
sino la llama viva y la saeta
que presta
se acicala y aproxima a la consumación
he dejado mis manos
sus dedos que tejían la claridad del día
he dejado mis ojos
la insaciable mentira de su luz)
Ahora
Mi cuerpo es este templo
oscuro y habitado por la espada
de aquel dulce enviado
y también siervo
como yo, del Señor:
su venablo me eleva al penetrarme
acomete y desgarra
el interior
brilla como verdad
quieta y altiva
en el corte
la sangre
y el ardor
Y así, apretada en el Su amor continuaría
Con una muerte tan sabrosa
Que nunca el alma querría salir de ella
EN ESTE MURO ASOMÓ EL ANGEL
(Santa Teresa). En Ónix, 2001.
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